De una teoría física esperamos, no sólo que nos aporte confirmaciones experimentales, sino que nos dé una explicación del origen y evolución de los sucesos observados.
Pero en Física Cuántica esto último se hace complicado.
Por ejemplo, un electrón viene definido por una expresión matemática denominada "Función de Onda". Dicha Función de Onda describe al electrón como una onda, una especie de "ectoplasma", que se hallará esparcida por una amplia región del Espacio.
Esta representación no está en contradicción con la experiencia; por el contrario, la Función de Onda nos da, de forma exacta, la probabilidad de hallar el electrón en cierto lugar. Sin embargo, cuando el electrón se detecta realmente, nunca está esparcido, sino que tiene una una posición definida.
Entonces ¿Cómo debemos imaginarnos un electrón? Quizá la respuesta sea que la pregunta es totalmente absurda, tan absurda como preguntarse qué forma tiene el color rojo.
Por ello, muchos físicos creen que se debe considerar la M.C. como un mero conjunto de reglas que permite predecir los resultados de los experimentos Y nada más.
Pero resulta que ni siquiera con estas limitaciones obtenemos un concepto satisfactorio.
Veamos por qué.
Desde siempre, la Física se había basado en tres hipótesis o premisas sagradas:
1) Realismo.- Existe una realidad física cuya existencia es independiente del observador.
2) Inferencia inductiva como forma válida de razonamiento.- Pueden deducirse conclusiones legítimas a partir de observaciones coherentes.
3) Separabilidad o localidad.- Ninguna clase de influencia puede propagarse más rápido que la velocidad de la luz.
Son los tres pilares sobre los que se sustentan las llamadas "Teorías realistas locales de la Naturaleza"
Sin embargo la Mecánica Cuántica parece contradecir estos tres principios.
Supongamos que medimos dos partículas en singlete, veremos que su espín es siempre opuesto.
El vector que representa el espín de una partícula se define mediante las componentes a lo largo de tres ejes (A, B, C) en el espacio, que no forman necesariamente ángulos rectos entre sí.
El problema es que un aparato puede medir únicamente una componente del espín, y al hacerlo altera los valores de las otras componentes.
Lo ideal sería contar con un aparato que midiese las tres componentes a la vez.
Pero eso es imposible.
O sea, Berkeley y el Zen tenían razón. Ciñéndonos al experimento de la medición del espín, esto significaría que no tendría sentido alguno atribuir nada parecido a una componente de espín bien definida a una partícula antes de que se hubiese medido tal componente, y que la única magnitud con una realidad verificable es la misma observación, la impresión sensorial.